jueves, 9 de febrero de 2017

Sobre el precio de la luz

Cda. González

A muchos sorprendió la decisión del Gobierno de subir el precio de la luz en plena ola de frío. Mariano Rajoy se excusó en la baja producción de energía debido al reciente temporal, pero nuestro Partido sabe que la raíz de la cuestión no está ahí.

Sí, es cierto que se produjo menos y que en el sistema mercantil, a menor producción (oferta) y mayor demanda de consumo, el precio de la mercancía (en este caso la electricidad) tiende a subir. Pero lo que se han callado los grupos parlamentarios es que la descabellada subida reciente del precio de la luz (¡que hace poco llegó a los 88 euros por kilowatio/hora!) tiene su causa en el oligopolio del mercado energético español.

¿Qué es un oligopolio? Un oligopolio es una situación en el mercado en la que existen muy pocos oferentes para muchos demandantes. El oligopolio de las eléctricas, en España, recae en tres empresas: Iberdrola, Gas Natural y Endesa.

Entre las caracerísticas de los oligopolios se encuentran: la subida del precio de las mercancías que ofertan, la disminución de la producción (como forma pautada para aumentar el precio de las mercancías) y el empeoramiento de la calidad de los productos que dependen, directa o indirectamente, de las empresas en situación de oligopolio. Todo esto se puede observar en España, y es una parte inseparable del modo de producción capitalista.

Los antecedentes de la situación oligopólica en España son tanto los monopolios del capitalismo de Estado franquista como la liberalización del mercado en 1997, a raíz de la crisis económica de 1995. Los monopolios franquistas hicieron posible que, con la liberalización, las diferentes y pocas grandes empresas eléctricas pudiesen alimentarse de empresas menores y acaparar cuota de mercado ante sus homónimas, llegándose a la situación actual. Presenciamos la competencia encarnizada entre los tres oligopolios de la electricidad en España, proceso que llevará de forma insoslayable al monopolio. El mercado exterior tiene una gran importancia en este proceso.

La situación, después de ese proceso, quedó configurada de tal modo que sólo hay tres oferentes mayoristas (Gas Natural, Iberdrola y Endesa) a pesar de que existen cuantiosas empresas minoristas, a las cuáles pagamos por la luz. Estas empresas minoristas compran la electricidad, almacenada en la Red Eléctrica, a los oligopolios, para ofertarla de nuevo (habiendo subido el precio para dejar un margen de beneficios, el cuál se denomina técnicamente “interés del capital”) y que llegue a los consumidores.

La relación de esta situación mercantil con la subida del precio de la luz consiste en que los tres oligopolios, al ver que dado el temporal se redujo la producción de electricidad, decidieron todos a una (pero independientemente) subir el precio de la electricidad paulatinamente. Sólo cuando vieron que sus competidores oligopólicos empezaron a hacer lo mismo, el precio empezó a aumentar de manera desenfrenada. Esta subida afecta sólo a una tarifa, que posee el 46% de los usuarios. Pero dado el papel de la electricidad en la producción en general, el Índice de Precios al Consumo aumentó en un 3%, afectando asimismo a toda la sociedad española.

Un momento… ¿a toda la sociedad? ¡En realidad no, no es así! Ocurre en este caso como con la subida de impuestos. Los oligarcas sin tapujos nos dirán que afectan a los ricos y no sólo a los pobres; los oportunistas aceptarán que afectan obviamente más a los más pobres y que la solución está en que los más ricos paguen más (impuesto progresivo). Pues bien, ambas “soluciones” son parte del problema: el capitalismo.

Y es que hay que tener en cuenta que los trabajadores pagan dos veces los impuestos; una por ellos mismos (el impuesto normal), y otra por los capitalistas, por los propietarios privados de medios de producción que nos contratan para trabajar por ellos y para ellos. Este segundo “impuesto” se llama plusvalía, y para entenderlo (y entender por qué los trabajadores pagamos dos veces por los capitalistas) debemos adentrarnos brevemente en los manejos de la economía capitalista.

El valor de cambio de cualquier cosa es la traducción en dinero del tiempo de trabajo humano que es socialmente necesario (esto es, mínimamente necesario) para producir un determinado valor de uso o producto.

Ocurre que la única mercancía que los trabajadores podemos vender para garantizar nuestro sustento es la fuerza de trabajo. Esta se determina por el valor necesario para producir todo aquéllo que necesitamos, de media, para mantenernos vivos y capaces de trabajar durante un período de tiempo determinado. El precio de la fuerza de trabajo se denomina “salario”.

Esto parece muy cuerdo. Pero si volvemos a leer el párrafo anterior, sabremos que sólo si vendemos nuestra mercancía “fuerza de trabajo” a un propietario privado de medios de producción (sea el Estado burgués o un empresario mediano/grande cualquiera) podremos seguir vivos. De forma que, si indagamos un poco más en el tema, veremos que ese propietario privado, el capitalista, se apropia de nuestra mercancía “fuerza de trabajo”. Y como cualquiera que compra una mercancía, tiene total derecho a apropiarse de su uso.

El uso de la fuerza de trabajo es, como su nombre indica, el trabajo. Esto quiere decir el ejercicio de una actividad con un fin determinado. La base de todo trabajo es el trabajo productivo, pues sin él y sin el valor que contiene no podría sustentarse ninguna otra forma de trabajo, no productivo, que emplee materiales para el desarrollo de un servicio.

El trabajo productivo “genera valor”. Es decir; si necesitamos (supongamos) comer por 3 horas y dormir por 7 horas para estar activos todo el resto del día (unas 14 horas), es normal que el capitalista va a percibir más valor del que le ha costado contratar a los trabajadores por un período de tiempo determinado.

La diferencia entre el trabajo que se transforma en salario (trabajo necesario) y el resto de la jornada laboral (plustrabajo) se denomina plusvalía. Aquí reside el secreto de la explotación.

Es normal que cuanta mayor sea la plusvalía, mayor beneficios extraerá el capitalista y menor será el salario, o bien absolutamente (aumentando la jornada laboral que se trabaja, táctica que siempre es problemática) o bien relativamente (disminuyendo el tiempo de trabajo necesario para producir los bienes necesarios en el sustento medio de un trabajador medio, pudiendo disminuir el salario; o aumentando la capacidad productiva de las máquinas empleadas en el proceso de producción).

Es por esto que si los capitalistas pagan más… ¿de dónde sacan su dinero? ¡Claro, de la explotación del trabajo asalariado! ¿No significará entonces que si un capitalista tiene que pagar más por algo, subsanará ese “mal” aumentando la penuria de “sus” obreros? ¡Obviamente, sí! Así, el impuesto progresivo tan puesto en boga por Unidos Podemos y algunas otras formaciones es tan inútil como el descabellado aumento de impuestos que proponen grupos como el PP.

Por esto, cuando tenemos el cuadro de la subida de la luz ante nosotros, nunca jamás debemos olvidar que entre bastidores se encuentra el enriquecimiento brutal de ese puñado de capitalistas, supérfluos para la vida social, y la miseria creciente de los obreros, desempleados, pequeños propietarios pobres y medios, etc... Si, en efecto, también los capitalistas padecen la subida de la luz, ¿no sacarán el dinero para pagarla mas que del aumento de la plusvalía, de la explotación del trabajo asalariado? ¡Sí!

Y esta es la razón de que la solución al problema de la luz y de los impuestos no está sino en la revolución violenta de las organizaciones de masas del proletariado y las masas laboriosas. Sólo esta revolución es capaz de arrancarle a los burgueses los medios de producción y ponerlos en servicio de un nuevo Estado que no sea ese parlamento de charlatanes ni un gobierno por el estilo, sino el Poder efectivo de las organizaciones de masas. ¡El poder del pueblo por el pueblo, que no será una realidad mientras los capitalistas puedan seguir su parasitaria existencia; mientras existan como clase social!

Las masas trabajadoras deben comprender que la labor de nuestro Partido está en comenzar a fraguar las organizaciones que podrán llevarles a este fin, que será asimismo el fin de sus penurias.

La solución no está en el tipo de pago, sino en nacionalizar las eléctricas expropiando a los capitalistas que las dirigen y explotan el trabajo.


La solución nunca jamás llegará del Parlamento, pues es pedirle permiso a los explotadores para marchar en contra de sus intereses generales. Un proceso en el que la burguesía tenga derecho de palabra y libertad de acción, donde pueda controlar la situación (como ocurre en los procesos reformistas antirrevolucionarios, como pretende Unidos Podemos y su falsa posición “popular”), es un proceso derrotado que no tiene cabida para acometer los intereses radicales del proletariado y las masas revolucionarias que se organizan tras éste.

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